martes, 17 de noviembre de 2009

Perdón


Perdón

Desembarcamos; y el capitán, de rodillas, bautizó aquellas tierras en nombre de su Majestad.
El padre Izaola celebró una misa en cuyo sermón nos reprendió afirmando que teníamos mucho que agradecer al Supremo: sólo unos pocos habíamos sobrevivido a tan duro viaje. Más tarde, violamos y matamos. Destruimos aquella aldea. En la playa se amontonó el exiguo botín.
Dormitábamos bajo la luna llena, jadeantes como lobos, cuando alguien dio la alarma.
De la oscuridad surgió el padre Izaola. Se golpeaba el pecho con los puños.
-¡Perdón, perdón, Dios mío!- repetía. De su hocico chorreaba espuma y sangre.