martes, 6 de noviembre de 2012

LA CAJA DE CARTÓN





Esta caja de cartón
Abandonada en el descampado
Alberga cuévanos y manantiales
Y el olor multitudinario
De generaciones enteras
Que es ahora musgo.

Recuerda, sabio amigo,
Que en esos pasillos de las cuevas
Hay payasos recubiertos
Con el humus de cientos,
Millones de limones.

Andados los años y las centurias
Como cuarto sucio sin ventanas,
El tufo es insoportable,
Las pizarras se fatigan
Pues no enseñan ni perpetúan
Ni  la blandura blanda
De un blando renacuajo.

Las mozas alegres se divierten
En una impostura de lujuria
Mientras de las estrellas cae
La letanía falsa de un principio.

Todos están  bastante cansados
Del que parece un domingo
Y es que tiene el rostro soberano
De un enigma en zapatillas
Y pijama.

Entretanto, a las mismas horas,
Sufre y llora un mosquito
Sobre la esfera radiante de una flor,
Nadie tan ciego como él mismo
Que borró todas las veredas.

A Dios pregunta en aquella cama,
Mientras la televisión le muestra
Los volcanes
De una guerra en blanco y negro.

Soldados de agua y olvido,
Quepis marciales que revientan,
Caballos muertos en el limo.
La gracia de esta generación
en cuya absenta
Se ahogan perros, pájaros y amapolas.

Benditas sean las bayonetas
Que desventraran tantos destinos,
Porque ahora en los libros
Nos muestran
El recto camino.

Así que por eso lloráis como cobardes,
Acodados en las barras de los bares,
Enmocando los pañuelos
Con poemas
Como trampas.

Lloriquean los autobuses,
Lloriquean las palmeras
Enfermas de los paseos.

Un millón de aviones cruza al día
Tu rostro venerable, sabio amigo.
Quisieras bostezar de una vez por todas
Y avisar  a todos
Que estás despierto
Y que no eres responsable
De esta pesadilla
De ti mismo.

FRAGMENTO DE UNA NOVELA: Tarsiana



En resumen, para no cansaros con detalles que no vienen al caso, os diré que la muchacha se llamaba, y quizá todavía se llame, Tarsiana. Cuando mis compañeros la salvaron, llevaba un sayo como el que visten los monjes franciscanos y abrazaba, con las pocas fuerzas que le quedaban, un laúd. En poco tiempo se recuperó de sus heridas y de la falta de alimentos y agua. Una mañana  se levantó y empezó a hablar por los codos en una lengua que nadie entendía. Con aspavientos y onomatopeyas, la muchacha repetía una única palabra comprensible: Roma, Roma. Y entonces no fue difícil comprender que se dirigía hacia allí cuando su barco naufragó.
Por más que los muchachos lo intentaron, resultó inútil sacar en claro algo de sus interminables monólogos. A veces prorrumpía en largas llantinas que nadie sabía cómo sofocar.
Al cabo de cierto tiempo la tripulación se había acostumbrado a la presencia de la muchacha, que era protegida y agasajada por todos. Cuando el submarino emergía para renovar sus reservas de oxígenos, era la primera que salía por la escotilla. Aspiraba el aire con fuerza y se dirigía a popa, donde se sentaba a contemplar el horizonte.
El capitán y sus oficiales discutían a menudo qué era lo mejor para ella, en vista de que, como era natural, no estaba habituada a la enclaustrada vida de un submarino. Decidieron que lo mejor era acercarse durante la noche a la costa y entregársela a las autoridades de algún pueblo pesquero. Era un plan arriesgado en tiempos de guerra, pero no parecía que hubiera otra solución más apropiada.
El día convenido, el submarino ascendió a la superficie y la muchacha, como siempre, salió en primer lugar, casi asfixiándose. A diferencia de otras veces, llevaba el laúd, y esto sorprendió a los marineros, que de inmediato se aproximaron a ella y la rodearon. La muchacha apoyó el laúd sobre su regazo y comenzó a tocar y a cantar una canción tan dulce que a nadie le importó no entender lo que decía. Los marineros la contemplaban con embeleso. Había recuperado el color. Su cabello ondeaba con la brisa del mar y sus azules ojos se posaban en los de cada miembro de la tripulación.
Muchos tiempo más tarde, la noche que el capitán me contó este episodio, me dijo que, en ese mismo instante en que la música se deslizaba por la borda del submarino y se perdía en la inmensidad del mar, los corazones de los muchachos fueron sucumbiendo al amor, uno a uno, sin excepción. El capitán comprendió que ese súbito enamoramiento se trataba de un infortunio que aletargaría el espíritu bélico de su tripulación, que  nadie podía asegurar que no acabara en motín.
Ordenó a sus oficiales la confiscación del instrumento de música, pero era demasiado tarde. Estos también exhibían rostros bobalicones y apoyaban la mano derecha en el pecho, a la altura de donde late el corazón. Alertado por lo que estaba sucediendo, el capitán se abrió paso a codazos y gritando que ya era suficiente y que cada uno debía volver a su puesto. Tocó el silbato, que apenas pudo rallar aquella maravillosa canción, en la que, hasta ese preciso instante, no había reparado. Se detuvo frente a la muchacha y sintió debilidad y frío. Y también fiebre.Y, luego,  le dio un vuelco el corazón y se quedó como desnudo y pequeño frente al universo.
La muchacha lo miró y se presentó. Después se dirigió al resto de la tripulación. Ahora sí podían comprender sus palabras. Ella prosiguió con algunos detalles de su vida y a continuación les habló de una máquina que hacía siglos esperaba en el fondo del mar y que era decisiva para salvar al mundo de la destrucción.
Y de esa manera fue cómo los hombres de aquel submarino decidieron desertar y dedicarse en cuerpo y alma a buscar aquel objeto prodigiosos

FRAGMENTO DE NOVELA: Pinochos




Hace años, los carpinteros de este pueblo decidieron fabricar algunas marionetas semejantes a Pinocho. Fue en un concurso, después de ver cierta revista ilustrada que nos llegó de un país extranjero. Automóviles, ferrocarriles y espeluznantes aparatejos que curaban enfermedades ocupaban las amarillentas páginas. En una de ellas, aparecía la historia de la marioneta que cobró vida. Mis antecesores ─carpinteros que, como mi abuelo, poseían una imaginación incontrolable─ estaban convencidos de que aquella historia había sido real y  de que podía repetirse.
En pocos días se organizó el concurso y, poco tiempo más tarde, en las naves de los talleres, se exhibían quince o veinte marionetas, cada una con  hechuras, estilos y ropas diversos. Las había gordas. Otras, pintadas con chillones colores. Pocas, bien lijadas. Casi todas,  llenas aún de asperezas. Toscas o elegantes, según la dedicación y la pericia de sus creadores.
Los familiares de los carpinteros acudieron a la exposición para elegir a la  más perfecta de todas. Tal acontecimiento ocurrió un sábado por la mañana. Hubo una fiesta, se bebió vino y se comentaron los detalles de las marionetas con camaradería y humor. El domingo, el pueblo descansó.
A la mañana siguiente, cuando los carpinteros llegaron a los talleres, se encontraron las puertas abiertas y montañas de virutas y serrín por todas partes. Parecía como si alguien hubiera estado todo el domingo trabajando en la fabricación de cientos de camas. En el depósito de madera no quedaba ni siquiera un tarugo. Cajas de puntillas y latas de pegamento y pintura aparecían esparcidas por aquí y por allá, sin orden, rotas y vacías.
─ ¿Qué ha sucedido aquí?─ se preguntaron los unos a los otros.
Nadie en los alrededores de los talleres había oído durante el domingo ningún ruido, ni había visto nada extraño.
El capataz preguntó:
─ ¿Dónde están las marionetas?─Enseguida se pusieron a buscarlas, en silencio y meditabundos, porque sospechaban que las figuras de madera habían cobrado vida y andaban acechando en algún lugar. Pero ni en los talleres, ni en los depósitos de madera encontraron rastro alguno de ellas.

LAS OCAS




Las ocas soportan sus alas de paraguas,
Viven arracimadas en granjas abisales.
No hay día
En que alguna oca no cante un himno,
A veces alguna llora sin consuelo.

Porque las ocas viven cerca de un río
Y hay bolsas viejas, depósitos oxidados
Y altas mareas de leche que huelen a plutonio.

Las ocas saben que les queda poco tiempo.

En ciertos barcos cruzando el prado sucio
Los eucaliptos vomitan su veneno
Y las ocas tocan las cornetas
Y preparan su plumaje a la muerte.

Hinchados los hígados,
Las ocas cantan
Una oda de latas y restaurantes
Para que todos los cuchillos
Atrapen ese aire que se mueve,
Atrapen la engañosa vibración
Que hace sonreír, respirar, despertarse
A los fantasmas que están vivos.

Las ocas ya yacen sobre el plato
Y huele la mañana a tostada
El champán se avinagra en el viento
Porque las patitas se lastiman con los brindis.

Benditos sean los cantos guturales
De las angelicales ocas inocentes,
Tantas murieron en el tiempo,
Tantas como granos de arena
Que un santo contara una tarde.

lunes, 9 de enero de 2012

TRES DRAGONES (fragmento)




El dragón Yunke cuenta su experiencia iniciática en el primer viaje de su vida por el mundo:


“He trabajado en proyectos ultrasecretos con los científicos más importantes de medio mundo. El último se había vuelto loco. Construyó una nave espacial y los dos nos dirigimos a la luna. El científico se llama Majarov y, año tras años, había logrado construir una base secreta en la cara oculta del satélite. Él la llamaba La Fábrica del Cosmos y estaba formada por retortas, vasos comunicantes, algunas puntillas, un tornillo y un tubo de escape. Era por este tubo de escape por donde salían uno planetitas cada vez que Majarov accionaba unas palancas. Unos planetitas iguales a la Tierra, pero mucho más pequeños, tan pequeños que sólo cabía un individuo. Un dragón, una vaca, una hormiga, un humano. Majarov decía que con su invento se acabarían las guerras y los conflictos. Pero aquello no me convenció y regresé a la tierra en el primer asteroide que pasó cerca”.