Envíamos un laboratorio hasta un planeta sin vida. Construimos una fuente en un pedregal abandonado donde nunca había vivido nadie. Llevamos sobres, papel y sellos a una tribu que ni siquiera conocía el fuego.
Nos empeñamos en que las vacas bebieran vasos de agua: primero, tenían que abrir los grifos con sus inexistentes manos; luego, colocaban el vaso, cerraban el grifo cuando el agua rebosaba. Se bebían el líquido a duras penas.
¿Por qué hacíamos todo aquello?
Los días pasaban veloces con cada una de estas acciones. La vida, nuestra vida, se componía de trozos imposibles y de fallos y tentativas absurdas, errores garrafales, empresas quijotescas, viajes a callejones sin salida. En resumen, una forma como otra cualquiera de burlarse del tiempo.