Hace años, los carpinteros de
este pueblo decidieron fabricar algunas marionetas semejantes a Pinocho. Fue en
un concurso, después de ver cierta revista ilustrada que nos llegó de un país
extranjero. Automóviles, ferrocarriles y espeluznantes aparatejos que curaban
enfermedades ocupaban las amarillentas páginas. En una de ellas, aparecía la
historia de la marioneta que cobró vida. Mis antecesores ─carpinteros que, como
mi abuelo, poseían una imaginación incontrolable─ estaban convencidos de que
aquella historia había sido real y de
que podía repetirse.
En pocos días se organizó el
concurso y, poco tiempo más tarde, en las naves de los talleres, se exhibían
quince o veinte marionetas, cada una con hechuras, estilos y ropas diversos. Las
había gordas. Otras, pintadas con chillones colores. Pocas, bien lijadas. Casi
todas, llenas aún de asperezas. Toscas o
elegantes, según la dedicación y la pericia de sus creadores.
Los familiares de los carpinteros
acudieron a la exposición para elegir a la
más perfecta de todas. Tal acontecimiento ocurrió un sábado por la mañana.
Hubo una fiesta, se bebió vino y se comentaron los detalles de las marionetas
con camaradería y humor. El domingo, el pueblo descansó.
A la mañana siguiente, cuando los
carpinteros llegaron a los talleres, se encontraron las puertas abiertas y montañas
de virutas y serrín por todas partes. Parecía como si alguien hubiera estado
todo el domingo trabajando en la fabricación de cientos de camas. En el
depósito de madera no quedaba ni siquiera un tarugo. Cajas de puntillas y latas
de pegamento y pintura aparecían esparcidas por aquí y por allá, sin orden,
rotas y vacías.
─ ¿Qué ha sucedido aquí?─ se
preguntaron los unos a los otros.
Nadie en los alrededores de los
talleres había oído durante el domingo ningún ruido, ni había visto nada
extraño.
El capataz preguntó:
─ ¿Dónde están las marionetas?─Enseguida
se pusieron a buscarlas, en silencio y meditabundos, porque sospechaban que las
figuras de madera habían cobrado vida y andaban acechando en algún lugar. Pero
ni en los talleres, ni en los depósitos de madera encontraron rastro alguno de
ellas.
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