martes, 6 de noviembre de 2012

FRAGMENTO DE NOVELA: Pinochos




Hace años, los carpinteros de este pueblo decidieron fabricar algunas marionetas semejantes a Pinocho. Fue en un concurso, después de ver cierta revista ilustrada que nos llegó de un país extranjero. Automóviles, ferrocarriles y espeluznantes aparatejos que curaban enfermedades ocupaban las amarillentas páginas. En una de ellas, aparecía la historia de la marioneta que cobró vida. Mis antecesores ─carpinteros que, como mi abuelo, poseían una imaginación incontrolable─ estaban convencidos de que aquella historia había sido real y  de que podía repetirse.
En pocos días se organizó el concurso y, poco tiempo más tarde, en las naves de los talleres, se exhibían quince o veinte marionetas, cada una con  hechuras, estilos y ropas diversos. Las había gordas. Otras, pintadas con chillones colores. Pocas, bien lijadas. Casi todas,  llenas aún de asperezas. Toscas o elegantes, según la dedicación y la pericia de sus creadores.
Los familiares de los carpinteros acudieron a la exposición para elegir a la  más perfecta de todas. Tal acontecimiento ocurrió un sábado por la mañana. Hubo una fiesta, se bebió vino y se comentaron los detalles de las marionetas con camaradería y humor. El domingo, el pueblo descansó.
A la mañana siguiente, cuando los carpinteros llegaron a los talleres, se encontraron las puertas abiertas y montañas de virutas y serrín por todas partes. Parecía como si alguien hubiera estado todo el domingo trabajando en la fabricación de cientos de camas. En el depósito de madera no quedaba ni siquiera un tarugo. Cajas de puntillas y latas de pegamento y pintura aparecían esparcidas por aquí y por allá, sin orden, rotas y vacías.
─ ¿Qué ha sucedido aquí?─ se preguntaron los unos a los otros.
Nadie en los alrededores de los talleres había oído durante el domingo ningún ruido, ni había visto nada extraño.
El capataz preguntó:
─ ¿Dónde están las marionetas?─Enseguida se pusieron a buscarlas, en silencio y meditabundos, porque sospechaban que las figuras de madera habían cobrado vida y andaban acechando en algún lugar. Pero ni en los talleres, ni en los depósitos de madera encontraron rastro alguno de ellas.

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