martes, 4 de octubre de 2011

EL HIPOPÓTAMO Y LA CREMA SOLAR PROTECTORA




El hipopótamo vive en ríos, lagos y charcas grandes. Ahora bien, en África, como todo el mundo sabe, hay largos períodos de sequía. Es decir, días y más días en los que los animales llevan grandes cantimploras al cuello. En uno de esos períodos de sequía el hipopótamo descubrió la crema protectora, efecto hidratante, nivel 150.554.455, tan potente que su piel, amplia, casi inabarcable, estaría a salvo de los rayos de sol.

Abrió con dificultades el bote, pero le fue imposible embadurnarse el lomo.
Llamó a un pájaro: lo siento—dijo el pájaro—tienes el cuerpo tan grande como un barril de cerveza y necesitaría horas para untarte la crema.
El hipopótamo se puso un poco triste. Había visto en una ocasión, en el puerto de El Cairo, grandes barriles de cerveza y la comparación lesionó su amor propio.

Llamó al león y ya podéis imaginar qué pasó: el hipopótamo, detrás de sus juguetonas orejitas, tiene la marca de dos colmillos. Pero, tan dura es la piel de un hipopótamo, que el león perdió los colmillos y otros dientes y ahora sólo puede comer papilla de avena. Busca a algún protésico que quiera colocarle una nueva dentadura. Promete que no cerrará la boca.

Ya muy triste, con el sol del mediodía achicharrando los caminos, el hipopótamo estaba a punto de olvidarse de la crema y entonces decidió buscar una sombra y ¿Qué sombra mejor que la de la madriguera de los perritos de las praderas?
—Estás loco, ¿Cómo vas a entrar en nuestra casa? Eres demasiado grande—explicó el enlace sindical de los perritos de las praderas, porque los perritos de las praderas están organizados en un sindicato con distintas secciones (vigilantes de horizonte, guardería infantil, masticadores de raíces y otros tubérculos, víctimas de aves de presa, etc.)

El hipopótamo comenzó a hipar, HIP, HIP, como si fuera a llorar de un momento a otro. Y ya sabéis (y si no lo sabéis, os lo digo yo que he viajado por los cinco continentes) que no hay nada más peligroso en la selva que un hipopótamo al que le da un ataque de llanto. El enlace sindical dio un salto en el aire y con extraordinarios reflejos lanzó un silbido que recorrió la espesura y los desiertos. Flotó en el aire (como si fuera un karateka) y, de pronto, de las madrigueras surgieron cientos de perritos de las praderas preparados para la lucha final.
—Rápido, hay que evitar que el hipopótamo llore. Ahí va el bote de crema. Manos a la obra—Los perritos de las praderas sacaron sus monos de trabajo, se calzaron las botas de seguridad y arrancaron los motores de sus pistolas a presión. En cinco segundos, el hipopótamo sonreía. Estaba cubierto de una densa capa de crema protectora, tan densa y tan blanca que el hipopótamo ya no parecía un hipopótamo, sino un merengue con cuatro patas que se mueven.

Feliz por estar protegido de los rayos del sol, el hipopótamo saltaba y daba brincos, de aquí para allá, con unas gafas de sol, estilo retro, que habían pertenecido a su tía, una atolondrada que vive en el zoo de Nueva York.

Entonces se topó con un cazador: Sir Charles Mc. Cegeitor. Llevaba unas gruesas gafas de culo de botella. Sus bigotes de aristócrata inglés se habían convertido en el parque de atracciones de unas hormigas rojas:
—Por las barbas del Capitán Cook, he hallado el único ejemplar de yeti africano que existe—gritó como poseído.
—No soy un yeti, soy un hipopótamo—matizó el hipopótamo.
—Fruslerías, fruslerías, ahora mismo vienes conmigo a Hollywood. Steven Spielberg está buscando un yeti para su nueva película: “Indiana Jones en el asilo tibetano: aventuras en la tercera edad”.

Así fue como nuestro amigo el hipopótamo se convirtió de la noche a la mañana en actor de cine. Cuando veáis un yeti en alguna película, que no os la den con queso: no es el yeti, sino nuestro amigo el hipopótamo embadurnado de crema solar protectora.

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