miércoles, 5 de noviembre de 2008

Adulto


ADULTO

A cierta hora el hombre adulto se encara con su propia adultez obligada. Imaginen: te sacan de tu ambiente, te llevan a una obra en la que están construyendo una torre de Babel de proporciones desconocidas hasta el momento y te dicen que tú eres el ingeniero de todo aquello.
Quizá no esté en tu vocación proseguir con la construcción de aquella mole. Lo adviertes y como respuesta te dan un vestido de sacerdote que te queda grande o con el que no te identificas.
En cualquier caso, empieza la jornada, una vez más, y, ya que parece más sensato seguir con el juego, decides colaborar y te pones a la cabeza de todos aquellos esclavos. Adviertes, das algunas órdenes sin demasiada convicción y te aseguras de que todo empieza a funcionar. Has sido elegido como el nuevo arquitecto y parece que el cargo es vitalicio. Hasta tu última expiración deberás pacientemente agregar más pisos, avenidas, pasajes secretos, trampillas, compuertas de seguridad, arcos clave, vomitorios y desagües y otros cientos de elementos arquitectónicos de los que tú nunca habías oído hablar.
Ese es el oficio para ti en estos momentos de adultos. Los esclavos te miran de soslayo y con tristeza. Tú eres uno de los engranajes que les causa frustración, tristeza, cierta rabia contenida. Y pasas a ser, como ya deberías saber, miembro de la casta sacerdotal. Comes con ellos, intentas evadirte de sus discusiones bizantinas, pero al final todos esperan de ti al menos una palabra en concordancia con el rito en el que danzamos todos. Si tienes la tentación de mostrarte airado; o bien, te burlas de sus ceremonias semanales, o prefieres tomar atajos, acortar la dura jornada de los esclavos, fingir que no estás allí y que aquella no es tu torre ni tu tierra, entonces, prepárate. Siempre habrá un rostro contrariado, o una expresión adusta que parece insinuarte que has de ajustarte ya ese abrigo de adulto que dicen que está hecho a tu medida. Despreciar ese traje es como despreciar el eje de la tierra, o las órbitas solares o burlarse de la fotosíntesis. Burlarse es como desconocer lo que es la vida y tú bien que lo sabes.
Por eso, haz el favor de dejar de mirar una y otra vez el reloj que te vampiriza en la muñeca

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