Última.
Amanece en la cabaña de bambú. Ella se levanta, sale y ordena sus ídolos. No queda ninguna fruta.
“ Soy la culpable”, repite en esa lengua postrera. Después se lava, prepara té ceremoniosamente.
La jornada transcurre veloz: recoge más fruta, cocina arroz y pescado. En el río no soporta el reflejo de su rostro.
Cae la noche. De nuevo, las ofrendas están colocadas en las lindes del bosque. Se retira y, desde la penumbra, ve como unas sombras se acercan, cogen la comida y desaparecen en la espesura.
Luego, vienen la música y las risas. Y, también, algunos aullidos.
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