jueves, 6 de noviembre de 2008


Los pájaros


Íbamos al monte,
Y a cada paso, el pueblo
Se adormecía, aún más,
En su silencio
De caracol abandonado.

Ellos tenían quemados los rostros
Por jornadas interminables
En sórdidas fábricas y almacenes,
Lejos de adelfas y de atrios
Y del agua derramada
Desde el brocal de la fuente.

Y tenían las ropas anticuadas
Eran, es cierto, de otras hambres,
De otras guerras,
De las que sólo oí hablar en susurros
Algún verano
Llegada la medianoche.



Me ofrecieron su alegría
De antaño (de cuando fueron niños)
Cobijada en sus manos,
Hinchadas y ásperas,
Anónimas manos
Que en silencio
Construyeron la orografía
De un océano acolchado
Donde viven mercaderes.

Sonreían nerviosos,
Sonreían casi sin filos ni cloacas
Cuando nos acercábamos
A la boca de la cueva.

Había que verlos como a niños,
Entonces que sus cabezas encanecidas
Refulgían como astros
En la abrupta vereda.

Había que verlos con el aliento roto,
El corazón fatigado y la burla
Machacando la impávida letanía
Ministerial de los relojes.
Un día de vida. Un poco más,
(Te robo otro)
Un poco más antes,
(Y otro más)
Un poco más antes de nada.

Y luego, la palmada con las manos
Hinchadas y ásperas,
Anónimas manos que provocan
Un griterío,
La espera y una sorpresa,
Y un billón de pájaros
Elevándose hacia el cielo
Siempre mudo.

Los vi yo,
Yo con la boca abierta y
El alma
Entonces aplanada mientras
Ellos si se reían abiertamente
Jugando a coger alguna pluma.

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