Investigaciones astronómicas
Los dos muchachos enhebraban su análisis pormenorizado de las virtudes físicas de sus compañeras de clase. Al mismo tiempo, un ciento de insectos casi invisibles giraban alrededor de sus cabezas. Cada uno de estos animalitos, de especies desconocidas para los entomólogos terrestres, absorbía los movimientos de los muchachos, memorizaba sus rostros, y uno a uno sus vellos, las rugosidades de sus caras, los granos que, como las hornadas de pan, se renovaban cada día. Los insectos tenían, después de una hora de girar y girar, un mapa detallado de esos nuevos planetas. Luego, toda esta información viajó por el espacio, cruzó el eje espacio-temporal, consiguió llegar a una civilización lejana, la única que había sobrevivido de aquella galaxia escondida, a miles de años luz.
Cuando las baterías de los insectos se agotaron, estos fueron cayendo uno a uno y, a los pocos minutos, una ráfaga de viento arrastró aquella delicadeza de nanotecnología hiperavanzada.
Los muchachos se levantaron del banco del parque y comenzaron a caminar. Tarde de viernes, todavía quedaba todo el tiempo para la aventura y la conquista. A las 9 de la noche empezaba la fiesta del instituto. Uno de ellos se despidió primero:
--A las nueve menos cuarto nos vemos. Me voy a comer un bocata de fuagrás que te cagas.
--Adiós colega.
En el espacio más lejano, una civilización estudiaba cada uno de los datos enviados por sus mensajeros. Los superordenadores habían empezado a elaborar precisos mapas topográficos de los nuevos planetas. Alguien confundió una espinilla con un volcán a punto de explotar.
Los dos muchachos enhebraban su análisis pormenorizado de las virtudes físicas de sus compañeras de clase. Al mismo tiempo, un ciento de insectos casi invisibles giraban alrededor de sus cabezas. Cada uno de estos animalitos, de especies desconocidas para los entomólogos terrestres, absorbía los movimientos de los muchachos, memorizaba sus rostros, y uno a uno sus vellos, las rugosidades de sus caras, los granos que, como las hornadas de pan, se renovaban cada día. Los insectos tenían, después de una hora de girar y girar, un mapa detallado de esos nuevos planetas. Luego, toda esta información viajó por el espacio, cruzó el eje espacio-temporal, consiguió llegar a una civilización lejana, la única que había sobrevivido de aquella galaxia escondida, a miles de años luz.
Cuando las baterías de los insectos se agotaron, estos fueron cayendo uno a uno y, a los pocos minutos, una ráfaga de viento arrastró aquella delicadeza de nanotecnología hiperavanzada.
Los muchachos se levantaron del banco del parque y comenzaron a caminar. Tarde de viernes, todavía quedaba todo el tiempo para la aventura y la conquista. A las 9 de la noche empezaba la fiesta del instituto. Uno de ellos se despidió primero:
--A las nueve menos cuarto nos vemos. Me voy a comer un bocata de fuagrás que te cagas.
--Adiós colega.
En el espacio más lejano, una civilización estudiaba cada uno de los datos enviados por sus mensajeros. Los superordenadores habían empezado a elaborar precisos mapas topográficos de los nuevos planetas. Alguien confundió una espinilla con un volcán a punto de explotar.
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